Según el antropólogo Luca Citarella, en aquella ciudad, con casi 3 millones de habitantes, los ayoreode se han convertido en un ejemplo de cómo el crecimiento de una ciudad es capaz de devorar a una cultura, de invisibilizarla, estigmatizarla o ponerla en riesgo.
El investigador asegura que “en su proceso de urbanización, los ayoreode ahora son identificados bajo el estigma de la mendicidad callejera, del comercio sexual y del hacimiento en comunidades marginales”.
Es algo que se confirma en el barrio Bolívar, en la periferia de la ciudad que duplicó su población en menos de 20 años. Allí se ubica uno de los dos asentamientos urbanos de este grupo indígena.
Nómadas por excelencia y con su lengua materna intacta, los ayoreode han estado asentados ancestralmente en el llamado Chaco Boreal, donde se ubica el mayor bosque bajo del mundo.
Tradicionalmente cazadores y recolectores, en las áreas rurales mantienen como principales actividades la agricultura de autoconsumo y la forestal, mientras en la ciudad trabajan mayormente en construcción y jardinería.
En las dos partes, las mujeres elaboran bolsas, collares y hasta vestimenta con la planta textil garabatá, para su consumo y la venta.
En Santa Cruz, puede verse a mujeres y niños ayoreode que caminan desde el mercado vendiendo artesanías o pidiendo dinero.
La presencia ayorea en la ciudad está marcada por un cambio traumático en sus patrones sociales. El antropólogo Citarella asegura que “además de perder las bases de reproducción de su cultura, han sido despojados de su dignidad social”.
La educación y el acceso a los servicios de salud son otros de los principales problemas de los ayoreode en la ciudad.(PÚLSAR/IPS)
Por Anna Infantas